Anuncio Martí
Fue un día como cualquier otro. Antes de
salir de casa vi el informativo de la televisión. El año que corría, empero,
continuaba dominada por una sigla inglesa que se traduce como “acusación”.
Todos los días, por lo tanto, ya no era raro, escuchar en los medios de
comunicación la palabra impeachment.
No fue la acústica anglosajona la que llamó mi atención sino una noticia más light. Una periodista, con pasmosa
tranquilidad, sin una mínima noción de causa, sin acusar tristeza –por el
contrario-, con una sonrisita estúpida en el rostro informó, alegremente, que
Campo Grande es la ciudad que más papagayo tiene en área urbana. Sin más nada,
invitó a disfrutar de ese espectáculo y prodigar toda la hospitalidad que las
coloridas aves merecen. El noticiero avanzó. Y, enseguida, pasó una información
del área rural. De nuevo, la felicidad estampada en el rostro de otro
periodista, con el anuncio de que el agro-negocio prospera viento en popa. La imagen mostraba el verde cañaveral a perder de
vista, sin un palmo de árbol y el sol regando con toda su fuerza bruta la
plantación envenenada. Mientras tanto, en la ciudad, las aves símbolos del
estado, tarareaban en el exilio del siglo XXI.
Salí a la calle y comencé a dirigirme hacia
la terminal vieja de la ciudad. Ya me había deparado, días atrás, con que en la
arteria de mi casa tenemos nuevos vecinos. Una familia numerosa y muchas
criaturas. El bullicio de niñas y niños trajo voces de alegría a la corta vía,
que termina en la avenida Marechal Rondón, llenando de tal carencia a la
cuadra, hasta hace poco silenciosa senda donde viven jubilados y funcionarios
públicos. Al igual que las coloridas
aves, los nuevos vecinos llegaron también empujados. Ellos, por la cultura
urbana de la asimilación moderna. Vinieron de una comunidad indígena, no muy
distante de la capital sul-mato-grossense.
La casa que los abriga, siendo muy pequeña para tanta gente, les garantiza el
sagrado derecho urbano que dicta: “la vereda es de todos”. Y, así, las
criaturas encaran un verdadero peligro -que en la aldea no existía-, al
ensanchar la estrecha vereda de los transeúntes citadinos a la vía de los
automóviles. A la tardecita, a la sazón, los nuevos vecinos acostumbran ganar
espacio a la raquítica sombra que la ciudad les ofrece en el minúsculo punto de
conventillos alquilados. Aquel día de la noticia sobre los papagayos estaba
frente a la casa una pareja muy joven de indígenas, con la hija de dos años,
aproximadamente. La niñita cayó en medio de ellos, se golpeó y lloró. Ni él ni
ella se percataron del “accidente”. Padre y madre estaban con el celular en el
oído, él mirando hacia la calle Cándido Mariano y ella hacia Marechal Rondón.
Se echaron un vistazo de “no me mires a mí”, levemente inquietados por el
llanto de la criatura. Uno esperando la reacción de socorro de la otra y
vice-versa, cosa que no aconteció. El llanto de la niñita ganó el silencio de
los padres, quienes renuentes, no despegaron medio segundo el celular de sus
oídos.
Seguí mi camino. Pasando por la terminal
vieja escuché a una antigua moradora, a quien modernamente llaman “persona en
situación de calle”, decirle a su pareja:
- Para
qué vos te importas con esos problemas de Lula y no sé qué, si nosotros ya
estamos más jodidos que la muerte.
Sin ninguna conexión con el contenido político
de la pregunta el marido, tambaleando, le responde con una pregunta directa:
- ¿Terminó
el Camello?
Y respondiéndose así mismo, el individuo
dijo:
- Si
es que ya terminó dame ese Tres Leones
que está en mi bolsón.
Dejé el cubículo sucio, nauseabundo, lleno de
orinas de alcohólicos y drogadictos abandonados a su suerte y en pocos minutos
ya estaba en la Avenida Afonso Pena, orgullo de todo buen ciudadano campo-grandense. Desde la churrasquería Nossa Querência, más conocida como Churrascaria do boizinho, ya se yergue
frente a mí, imponente e orgullosa, la sede de la FIEMS, la federación de los
poderosos industriales y empresarios de Mato Grosso do Sul. El edificio,
envuelto en cristales, tenía dibujado una gigantesca cuerda para ahorcarse, con
la frase “Acorda MS” (Despiértate
Mato Grosso do Sul-MS). Un gigantesco impostómetro
electrónico, colgado en el último piso del mismo predio de vidrio espejado,
estaba mostrando la forma acelerada y perjudicial con que los más ricos del
país pagan impuestos.
(¡Es que nadie se apiada de los enormes
sacrificios y necesidades que ellos pasan!)
(¡Nadie ve que mediante el esfuerzo de ellos
hay comida en la mesa de los brasileros!)
(¡Cuánta insensibilidad!)
Estando ya al otro lado de la Avenida Afonso
Pena y debajo del cruel impostómetro,
me cruzo con dos desarrapados que se dirigían hacia la antigua terminal.
Envueltos en sus harapos pedirán dinero en la calle, comprarán caña, matarán el
hambre y pagarán impuesto.
Sobre mi cabeza y volando hacía la misma
dirección de los desdeñados ciudadanos en harapos, dos papagayos parlanchines
avisaron de su llegada a la Orla Morena,
donde buscarán comida y los usuarios de la arbolada banda les sacarán fotos.
Cuando regresé a mi casa mi hijo adolescente
me avanza:
- ¡Papi!
en Facebook, se están quejando de que
los personajes principales de Tolkien,
en sus libros y en las películas, mueren muy rápido.
- ¿Ah
sí? – le respondí curioso.
- Sí,
y uno de los productores les respondió que si querían literatura y películas
con final feliz, que leyesen los cuentos y viesen las películas de Disney - dijo él, con una amplia sonrisa
y un aire casi triunfal -